Tema
Esta es la historia de Lupe, una mujer joven con un cáncer de mama. Es una narración parcialmente autobiográfico que comienza tras el diagnóstico de la enfermedad. Lupe irá describiendo sus sensaciones, sus miedos, la relación con familia y amigos así como los tratamientos que recibe.
Puntos fuertes
El título es tremendamente llamativo y contiene una carga emocional que lo hace inmediatamente atractivo desde la estantería de la librería. Esa asociación entre cáncer y muerte que seguimos teniendo a día de hoy a pesar de las mejoras de los tratamientos y ese sentimiento casi de pena que se asocia a la noticia. Que no, que no me muero es el mensaje íntimo de la autora; el lector intuye que conlleva por un lado un intento de mantener el ánimo pero también la llamada a quien la rodea para que adopten una actitud más positiva.
La ilustraciones son fantásticas, con un estilo muy personal y un uso de los colores llamativo. Los tonos pastel toman de lleno la obra pero de una manera peculiar, que aportan, en si mismos, un lenguaje propio. Cada capítulo está hecho solo con dos colores (y alguna tonalidad de los mismos) y el blanco y negro. En algunas escenas la postura de una mano o un simple movimiento de ceja cambian el tono del mensaje, el ilustrador despliega una habilidad magistral. Apenas utiliza sombras y no hay homogeneidad en la organización de los dibujos y su tamaño o la presencia o ausencia de cajas. La proporción texto-imagen es atractiva y en algún capítulo, las fuentes del texto o su original disposición pasan a convertirse en un atractivo visual tan grande como las propias imágenes.
Los capítulos están numerados con las letras del abecedario y presentados en un índice muy particular. Cada capítulo comienza con la correspondiente letra ilustrada y la palabra que representa, sobre el fondo del color elegido para cada capítulo y la cara opuesta en negro. De esta manera divide con mucha originalidad el espíritu y el contenido de cada uno pasando de un capítulo lleno de humor a otro con una carga emocional fuerte, sin que choquen.
Explora con mucho tino y ojo crítico los sentimientos de la gente que le rodea y la manera en que se proyectan en su propia vida y en su estado de ánimo. Desde el amigo llorón a quien ella misma tiene que consolar al darle la noticia, el vecino que la da ya por muerta, los amigos que le aconsejan todo tipo de cosas insólitas o incluso comentarios que oye en el supermercado.
A lo largo de la novela habla de muchas cosas, del tratamiento, los amigos, la familia, otros pacientes o su trabajo. Un cierto aire de humor lo tiñe todo. El marido «el señor muy alto y muy serio» y su original apoyo, como el de dibujar las marcarillas con caras graciosas, resulta entrañable al lector.
Lo que más impresiona de Que no, que no me muero, es su realismo, la manera tan directa y carente de sensiblería con que habla de cada tema. Cuando abres el libro, en la hoja del título te recibe una genial frase que lo acompaña y marca el tono: «Y si me muero no es el fin del mundo». Está escrita desde el realismo del sufrimiento, sin ñoñerías y la contraportada es muy significativa de su filosofía: «Si buscas serenidad, rollo zen y buenos sentimientos, aquí no es».
Por qué es medicina gráfica
Esta novela gráfica es magnífica a muchos niveles.
En primer lugar puede ser un libro de acompañamiento emocional importante para pacientes. El tono y el contenido lo separan de la tan frecuente filosofía del lazo rosa. Trata con desnudez sentimientos de miedo, de incertidumbre, de desconcierto tanto los propios como los de quienes le rodean.
Desde un punto de vista más práctico, toca la cirugía y sus sensaciones frente a ella, también los efectos secundarios de la quimio y la radioterapia, no solo la pérdida del pelo sino otras menos obvias.
Hay un capítulo en el que Lupe charla relajadamente con su marido de cómo le gustaría que fuera su entierro. «Cada vez que digo cáncer, a la gente le falta tiempo para cerrar los ojos y darme el pésame». No está segura de si quiere un entierro vikingo o uno espacial y la conversación está cargada de humor. Un capítulo ácido pero que sin duda puede sugerir conversaciones que mucha gente tiene miedo a comenzar. La naturalidad es una constante en este cómic.
La familia aparece varias veces como pilar de apoyo en momentos difíciles y la presencia no intrusiva de un padre médico es de agradecer.
Es interesante también la fluidez y sensatez conque desdeña los tratamientos alternativos que le sugiere la gente, dedicando un capítulo a los efectos milagrosos de la remolacha.
Esta novela gráfica es muy recomendable para profesionales sanitarios. Por un lado, para recomendar su lectura a pacientes que estén pasando por un trance similar. Tanto por su tono realista como por la información útil que puede contener (siempre avisando que los efectos secundarios de los tratamientos son diferentes para cada paciente).
Por otro lado, y como siempre en este tipo de «patografías gráficas», los sanitarios podemos aprender del mensaje que nos lanzan los pacientes respecto a la visión que tienen de nosotros y nuestra actitud. De cómo hay pequeñas cosas que ellos captan y de las cuales no somos conscientes.
Aparece el cirujano que se pierde en detalles técnicos de la operación y describe la intervención como preciosa antes de entrar al detalle de la anatomía y la técnica quirúrgica. o el capítulo en el que Josefinita, una compañera en la sala de quimio, se queja de que el personal no saluda y dice: «porque si se pierden las formas se pierde todo detrás, eso es así, y más en estas circunstancias tan difíciles, hace falta cariño y trato humano». Otro capítulo es una interacción con la enfermera que da explicaciones realistas y animosas en las que queda patente la insuficiente información sobre los efectos secundarios que había recibido Lupe.
Resultaría un libro interesante cara a la organización de un taller o seminario de comunicación o de empatía o para la simple reflexión personal.
Que no, que no me muero es una pequeña joya para cualquier lector pero además útil para pacientes y sanitarios.