Locura. Un elogio de la diferencia

Locura. Un elogio de la diferencia

Autores/as
José Valenzuela (Guion) y Alfredo Borés (Ilustraciones).
Lengua
Castellano.
Número de páginas
88.
Fecha de publicación
Marzo de 2023.
Editorial
Norma Editorial.
ISBN
9788467961669.

Tema

“Locura. Un elogio de la diferencia” es un intento bienintencionado de presentar una crítica al modelo imperante de entender las enfermedades mentales y su tratamiento; bienintencionado, y no exento de riesgos: porque abordar un tema tan extraordinariamente complejo en una novela gráfica de tan sólo 88 páginas (aunque se acompaña de textos profusos, ya sea en forma de prólogo o de reflexión final, ya sea en forma de cartas manuscritas insertadas ocasionalmente en el cuerpo de la narración) necesariamente implica presentar de forma superficial algunas ideas, tópicos o lugares comunes, sin poder profundizar mucho (diríamos sin poder profundizar lo suficiente) en su análisis.

Puntos fuertes

La intención didáctica de la obra es explícita: de hecho, el guionista, José Valenzuela, quien a partir de experiencias personales (“la historia que acabas de leer está basada en hechos reales”, llega a afirmar) decidió abordar este tema, y, animado por “la relevancia que poco a poco ha ido adquiriendo el uso del cómic en el ámbito de la no ficción” consideró que podía aprovechar lo que él llama “los dos niveles principales del cómic: el informativo y el narrativo” para hacer divulgación, se documentó y trazó un guion para cuyo desarrollo gráfico contó con un dibujante, Alfredo Borés, que ya tenía experiencia previa en el abordaje de la esquizofrenia en cómic, en “Las voces y el laberinto”, adaptación gráfica de la obra de Ricard Ruiz Garzón.

José Valenzuela cita entre sus influencias “Maus” de Art Spiegelman, “Persépolis” de Marjane Satrapi,Notas al pie de Gaza” de Joe Sacco, “El fotógrafo” de Gibert y Lefèvre, “Crónicas de Jerusalén” de Guy Delisle, “Cara o cruz” de Lou Lubie, “Neurocomic” de Matteo Farinella o “Los vagabundos de la chatarra” de Jorge Carrión y Sagar, y entre sus fuentes de información “Historia de la locura en la época clásica” de Foucault (la obra que se considera el germen del movimiento de la antipsiquiatría, y que Valenzuela considera “imprescindible para todo interesado en este ámbito”), “Breve historia de la locura” de Roy Porter, “Elogio de la locura” de Erasmo de Rotterdam (obra que le aportó mucho menos de lo que esperaba pero cuyo título adaptó en el de su novela gráfica) y “Notas desde un manicomio” de Christine Lavant.

Entre los puntos fuertes, es de justicia mencionar lo exhaustivo de la revisión documental e investigación previa que el guionista ha llevado a cabo. Intercalada con la narración, se presenta información precisa sobre prevalencia de diversos trastornos, descripción de sus síntomas, complicaciones y referencias reales a instituciones y recursos. El relato, de hecho, es un pretexto para proporcionar al lector la información referida, y a veces se ve interrumpido para dar paso a datos cuantitativos o definiciones. En varias ocasiones se utiliza también el recurso de presentar, a página completa, las cartas manuscritas que el narrador dirige a su hija, en las que aprovecha para plasmar sus reflexiones y sus conclusiones.

Aunque el guionista habla de la compenetración entre ambos autores, de que estamos ante una obra de dos personas y que el dibujante influyó en la versión definitiva del guion, en general (a excepción de algunos hallazgos magníficos, como las primeras seis páginas, sobre las que volveremos más adelante) el dibujo está completamente subordinado a la historia, que, a su vez, está subordinada al objetivo de la divulgación. Son destacables, desde el punto de vista gráfico, las metáforas, que aparecen de forma ocasional, si bien generalmente explicadas en el texto: el infierno para representar los servicios de salud mental del ámbito público, el demonio para representar al líder de opinión del ámbito profesional (referido como “engendro” y “horroroso” por considerarlo culpable de “inventar enfermedades y conceptos que luego han llevado a tratamientos”, con el apoyo de la industria farmacéutica), la máscara para representar el disimulo con el que frecuentemente los adictos ocultan a la sociedad su adicción, …

La introducción es de Nuria Bendicho Giró (escritora, licenciada en Filosofía), y el libro se cierra con 7 páginas de texto con fotografías e ilustraciones, en las que, bajo el título “La locura de escribir sobre la ídem”, José Valenzuela proporciona detalles y anécdotas sobre la génesis y el desarrollo de la obra.

En el momento de escribir estos párrafos, menos de dos meses después de su salida al mercado, el cómic ya ha sido traducido al catalán, con el título Nou elogi de la follia”, a cargo de Editorial Comanegra.

Por qué es medicina gráfica

La historia se abre con un episodio de fuga disociativa: un trabajador que desaloja un piso que acaba de ser objeto de desahucio pierde, de repente, la noción de la realidad y huye, aparentemente en el contexto de un trastorno de pánico, sin que nadie vuelva a saber de él durante las siguientes semanas. Esas seis primeras páginas son absolutamente brillantes, tanto a nivel argumental como gráfico, con un viraje de la paleta de colores hacia el rojo (con predominio de naranjas) para mostrar la sensación de agobio del personaje.

Pero este personaje no es el protagonista: de inmediato el argumento se centra en los personajes principales, que aprovechan ese episodio para manifestar su desconcierto y su interés por todo lo relacionado con la salud mental y, en lo que va a ser una constante a lo largo de la novela gráfica, su preocupación por la insuficiencia de los recursos públicos para abordar este problema.

Los verdaderos protagonistas de la historia son dos sujetos en principio sin ninguna relación entre sí, a excepción del hecho de que ambos tienen inquietudes por comunicar aspectos relacionados con la salud mental y la enfermedad psiquiátrica: uno de ellos (posible trasunto del propio guionista) es escritor o periodista, con el antecedente de haber padecido una depresión, a quien su pareja (que parece profesional del ámbito sanitario por los conocimientos que muestra sobre los recursos existentes y su organización) anima a “publicar algo sobre el tema”, y el otro es un autor de cómic que ha culminado una obra sobre salud mental la cual todavía no ha sido dada a conocer al público. El hecho de que este segundo personaje se vea involucrado en la trama a partir de que alguien (que no se identifica) se interese por su cómic inédito (supuestamente, todavía desconocido) y le proponga una cita para hablar del mismo permite intuir que el argumento puede desvincularse, al menos un poco, de las reglas de la física y de la lógica que la realidad impone. Y así es: de inmediato, ambos personajes se ven embarcados en la “nave de los locos” (una barca sin ningún tipo de tracción motriz aparente que flota en contra de la ley de la gravedad) y transportados a un viaje onírico en el que un personaje vestido con una bata gris y coronado con una corona de laurel que se presenta simplemente como Virgilio les hace de guía para abrirles los ojos sobre, supuestamente, la realidad de la salud mental.

Virgilio les explica a los protagonistas de “Locura. Un elogio de la diferencia” (cuyos nombres no conoceremos, pues son irrelevantes) que “según el mito, estas barcas navegaban a la deriva transportando a todo tipo de trastornados que no podían atracar en ningún puerto”. En efecto, “la nave de los locos” es un tema recurrente en las tradiciones de Flandes del siglo XV. “La nave de los necios” o “Narrenschiff” (nombre que también utiliza el mencionado Virgilio para presentarla) es el título de una obra satírica alemana escrita por Sebastian Brant que se publicó en 1494, en la que se narra la historia de una nave en la que se embarcan personas con problemas de salud mental de distinta índole hacia Narragonien, la tierra prometida de los insanos. Es muy probable que el pintor flamenco El Bosco se basara en esta narración para concebir su conocido cuadro del mismo título, “La nave de los locos”, que no tiene una datación precisa pero cuya creación se estima en torno a 1503-1504.

Es obvio que el nombre del personaje Virgilio es una referencia clara al Virgilio de “La Divina Comedia” de Dante Alighieri, pues precisamente es el poeta romano de ese nombre quien en esa obra clásica guía a Dante a través del Infierno y del Purgatorio: es una metáfora para llamarnos la atención sobre “el infierno” de la enfermedad mental, que, en alguna secuencia de la historia (como veremos a continuación, para referirse a los recursos de salud mental de la sanidad pública) se presenta como literal (páginas 24 y 25).

Como hemos referido anteriormente, el objetivo explícito de la obra es la divulgación, y en este sentido presenta definiciones, descripción de síndromes, datos estadísticos sobre prevalencias, previsiones a medio o largo plazo o referencias a tratamientos utilizados en épocas pasadas, generalmente citando las fuentes de información. La introducción de algunas personas reales contribuye a dar verosimilitud al mensaje: Carme Gonzalvo, supervisora del Servicio de Psiquiatría del Hospital Comarcal de Inca, cuyas declaraciones se plasman en las páginas 49 y 50; Laura Martín, una de las impulsoras del movimiento “Revolución Delirante”, a quien se da voz en las páginas 52 a 56; María Castrejón, poetisa con trastorno límite de la personalidad; Oihan Iturbide, que describe su experiencia como adicto; y Hernán Samprieto, a quien se define como profesional y usuario de los servicios de salud mental. La investigación que el guionista ha llevado a cabo para documentarse resulta patente, aunque también hay circunstancias que evidencian que la obra no se ha sometido a una revisión por profesionales del ámbito al que se refiere: se utilizan siglas sin definir previamente (como TOC, posiblemente por considerar que se trata de un acrónimo bien conocido incluso fuera del ámbito profesional) o se proporciona una definición incompleta de las mismas (TDAH, en la página 56), se recogen imprecisiones o incorrecciones como relacionar el delirio con el trastorno obsesivo compulsivo (en el prólogo, que sin ser parte del cómic sí forma parte del libro y, por tanto, del mensaje) o decir “inhibidores selectivos de la serotonina” (en la página 33) para referirse a los inhibidores selectivos de la recaptación de la misma, y se detectan contradicciones internas como defender que un determinado trastorno no debe ser considerado “enfermedad”, sino “condición”, para seguir refiriéndose al mismo como “enfermedad” en las páginas posteriores.

Como aspecto muy positivo, la obra  trae a colación algunas reflexiones tremendamente relevantes, que, por sí solas, justificarían la lectura de la novela gráfica:

La existencia de diversos paradigmas para abordar los trastornos mentales, incluso en el ámbito profesional (múltiples puntos de vista ante una misma realidad), permite deducir que la respuesta desde la medicina institucional no siempre resulta óptima.

La insuficiencia de recursos en el ámbito público es una realidad irrefutable. En el cómic, los servicios de salud mental de nuestra sanidad pública se identifican con el infierno, en una nada disimulada metáfora que se presenta en las páginas 24 y 25.

– La medicalización de la vida; y, en el contexto que nos ocupa, la medicalización de las dificultades de la vida, y del sufrimiento y la tristeza. La sociedad actual busca refugio en los servicios sanitarios, con predilección por los tratamientos farmacológicos, frente a situaciones que son absolutamente normales: la frustración, la ansiedad ante los desafíos, la tristeza ante la pérdida, …

El peso del principio de autoridad en situaciones en que no existe suficiente evidencia científica (de hecho, en el paradigma de la Medicina Basada en la Evidencia se atribuye al consenso de expertos un nivel de evidencia), y la hegemonía de la industria farmacéutica.

El concepto de estigmatización social: la existencia de prejuicios y actitudes arraigadas en la población hacia la enfermedad mental que tienen como consecuencia una exclusión de quien la padece, una dificultad de integración en los más diveros ámbitos, desde el laboral hasta el puramente relacional. Y el concepto de autoestigma: la conciencia del propio enfermo psiquiátrico de que su condición de tal le limita para llevar una vida normal.

La necesidad de la tolerancia, del respeto a la dignidad y los derechos del enfermo mental.

Pero la necesidad de tolerancia y su defensa no debería llevarnos hasta el extremo de negar la existencia de la enfermedad mental. La obra se posiciona a favor de la corriente llamada antipsiquiatría.

El término “antipsiquiatría” se acuñó a finales de la década de los 60 del siglo pasado, y fue usado por vez primera por David Cooper en 1967, quien, en la línea del pensamiento de autores como el ya mencionado Foucault, definió un movimiento que desafiaba abiertamente las teorías y prácticas fundamentales de la psiquiatría convencional. Cooper planteaba que la psiquiatría no es más que un instrumento del capitalismo, con el objetivo de reprimir a los rebeldes, a quienes no se someten al conformismo burgués. En una época en la que la libertad individual era un valor en alza, los diagnósticos psiquiátricos comenzaron a ser interpretados, y denunciados, por algunos autores como un intento de señalar, estigmatizar y controlar o segregar al inadaptado, al inconformista y al rebelde.

El punto básico del enfoque antipsiquiátrico, entonces, es el cuestionamiento de los diagnósticos y de las evaluaciones realizadas por los médicos y psiquiatras: la antipsiquiatría rechaza la postura del modelo médico y las teorías psiquiátricas enfocadas hacia las enfermedades mentales. En general los críticos no discrepan de la idea de que algunas personas tengan problemas emocionales o psicológicos: en lo que están en desacuerdo con la psiquiatría es sobre el origen de estos problemas, en la pertinencia de considerarlos como «enfermedades» y en la idoneidad de las opciones existentes para manejarlos.

En relación con lo anterior, una vertiente del movimiento antipsiquiátrico se orientó hacia la oposición a los hospitales psiquiátricos en los que los enfermos eran recluidos, y se hicieron intentos de devolver a los enfermos a la comunidad y ofrecerles una red de instituciones comunitarias de apoyo. La magnífica película “Alguien voló sobre el nido del cuco”, de Milos Forman, adaptación de la novela homónima de Ken Kesey, ganadora de cinco premios Óscar en 1975, contribuyó significativamente a sensibilizar a la opinión pública sobre la necesidad de respetar la dignidad y los derechos de los pacientes internados en las instituciones psiquiátricas, poniendo el foco muy especialmente en procedimientos como la medicación forzada, la lobotomía y la terapia electroconvulsiva. En realidad, ya en la época en que se estrenó esta película algunos de los procedimientos que muestra (como el empleo de la terapia electroconvulsiva sin utilización de anestesia o el recurso a la lobotomía para controlar comportamientos violentos) eran cosa del pasado (la novela en la que se basa está ambientada en la década de 1950 en un hospital psiquiátrico en Oregón, Estados Unidos), pero sin duda su estreno favoreció que una parte importante de la sociedad se alineara con los postulados de la antipsiquiatría.

En la actualidad, no obstante, y después de los cambios relevantes experimentados por las instituciones psiquiátricas y servicios de salud mental, la antipsiquiatría ha quedado relegada a un movimiento contracultural. Los derechos de los enfermos están garantizados. El derecho a la información sanitaria, a la intimidad y la autonomía del paciente, por ejemplo, están reconocidos por Ley en los mismos términos que para cualesquiera otros pacientes, si bien por las peculiaridades de algunos trastornos el respeto a tales derechos exige la aplicación de protocolos especiales: como se dice en la novela gráfica que analizamos, la inmovilización con métodos de sujeción e incluso el ingreso involuntario pueden llegar a ser necesarios, pero cuando esto último ocurre siempre hay una supervisión estricta por parte de las autoridades judiciales, que deben estar informadas puntualmente.

Locura. Un elogio de la diferencia” se alinea con los postulados negacionistas de la enfermedad neuropsiquiátrica. Leemos en sus páginas afirmaciones tan rotundas y arriesgadas como “La enfermedad mental no existe”, “Tu diferencia es algo que forma parte de ti, y […] no hay que eliminarla”, “El consejo es uno de los actos de violencia más grandes que hay en las relaciones humanas… porque se trata de imponer tu realidad a otro”, “La sociedad tiene que aceptar la locura… Hay individuos locos igual que hay individuos rubios o individuos altos. ¿Qué problema hay?”, “Y lo mismo si es un delirio. No me importa quitarte ese delirio, sino entender por qué necesitas tenerlo”; “Hay que alejarse de la tendencia a la normalización de nuestra sociedad. Tenemos que reivindicar la diferencia”. El propio subtítulo de la obra, “Un elogio de la diferencia”, es una referencia clara a este enfoque, el cual, presentado mediante frases lapidarias en un envoltorio estructurado como entrevistas a personajes reales cuya identificación no se elude (algunos de ellos, profesionales del ámbito sanitario) y entre datos estadísticos precisos, podría llegar a ser asimilado por el lector como verdades irrefutables: un riesgo frente al que nos vemos obligados a alertar.

En conclusión, la obra que nos ocupa es una obra ambiciosa, con pretensiones divulgativas y didácticas explícitas (con el objetivo expreso de “abrir un poco nuestras mentes”), que se posiciona a favor de corrientes negacionistas de la enfermedad psiquiátrica, pero que también trae a colación reflexiones necesarias sobre el abordaje actual de la misma y los recursos articulados para proporcionar asistencia a estos pacientes. Puesto que en la contraportada se presenta como “una obra rigurosa, de síntesis, que recoge toda clase de documentos y testimonios para realizar un retrato lo más completo posible de los cuidados de la salud mental en España”, “un ensayo gráfico llamado a convertirse en herramienta terapéutica de primer orden”, nos habría gustado que contara con una verdadera supervisión profesional que garantizara una visión realmente completa, más allá de una toma de partido por corrientes de pensamiento que niegan la existencia de la enfermedad neuropsiquiátrica.